Seamos Una Familia by Roser A. Ochoa

Seamos Una Familia by Roser A. Ochoa

autor:Roser A. Ochoa [Roser A. Ochoa]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788413753058
Barnesnoble:
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2021-01-19T23:00:00+00:00


Capítulo 22

—Así que ese es el niño —dijo Víctor, al entrar a la cocina.

—¿Qué niño? —preguntó Sasha curioso, asomándose al comedor para mirar.

—¡Nada! —se apresuró a decir Jonah con rapidez, para cortar cualquier posible conversación—. Venga, no te entretengas —lo apremió, empujándolo para que regresara a sus cosas—. Por cierto, tenemos que terminar de perfilar el nuevo menú infantil —le recordó a su segundo, a lo que el chico asintió y continuó con su trabajo.

Jonah siguió con el ajetreo típico de su cocina, parecía que todo derivaba en caos, pero en realidad siempre estaba perfectamente organizada y dirigida. El calor de los fogones y los hornos, todos moviéndose de un lado a otro, el olor de la comida… Siempre había pensado que, de existir el paraíso, tenía que oler como olía su cocina, sin embargo, desde hacía unas semanas el olor a paraíso era otro totalmente distinto.

—¿Te has hecho ya la prueba de paternidad? —demandó Víctor en un susurro, para que nadie más lo escuchara. Jonah negó con la cabeza y Víctor evidenció su molestia haciendo rodar los ojos—. ¿Se puede saber a qué cojones esperas? ¿A encariñarte de la criatura?

«Demasiado tarde», pensó Jonah, ya estaba enamorado hasta la médula de Lucas. Solo pensar en él, una sonrisa afloraba en sus labios, y deseaba por encima de cualquier cosa poder estar a su lado a cada momento. Si se paraba a pensarlo, la parte más sorprendente no era haber caído preso de los encantos infantiles de ese niño, sangre de su sangre, posiblemente, sino que Eric también se había colado en sus pensamientos y corazón de una manera que le era difícil de explicarse a sí mismo, mucho menos a alguien más. Al principio admiraba su fuerza y determinación, pero poco a poco estaba descubriendo un lado de ese chico que lo tenía fascinado.

—¡Jonah! —lo sacudió Víctor, para devolverlo a la realidad.

—Víctor, ¿tú lo has mirado bien? —le preguntó a su amigo, mientras seguía removiendo algo de una sartén.

—Sí, vale, ahí te doy la razón, se parece mucho a ti, pero joder, debe de haber algo así como miles de niñitos rubios de ojos azules, si nos paramos a pensar, todos pueden parecerse a ti, ¿son todos hijos tuyos?

—No seas gilipollas.

—El gilipollas lo estás haciendo tú —le reprendió su amigo de manera seria—. Hazte la puta prueba, y si no es tu hijo, ¡puerta! —soltó, golpeando el puño de la mano derecha en la palma de la mano izquierda, para enfatizar sus palabras.

—Hoy voy a salir pronto —comentó Jonah, ignorándolo por completo—. Te encargas de la limpieza y de cerrar —sentenció, a modo de castigo por bocazas.

Ambos amigos se miraron un instante, se conocían desde hacía mucho tiempo y Víctor sabía que Jonah no era para nada un crédulo, no era de esos tipos ilusos a los que uno podía engañar con facilidad, así que, si estaba confiando de manera tan ciega en ese chico, sus motivos tendría. A lo largo de la vida él había hecho muchas cagadas, y



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